Cualquiera que haya sido el caso, la moralidad corresponde al siglo XVIII. Las piezas del juego del ajedrez tienen un simbolismo preciso. El rey (rex) es el señor del tablero, luego viene la reina (regina), las torres o jueces, los caballos o caballeros, que constituyen la aristocracia temporal, son los miles o equites, luego están los alfiles, alphinus cornutus, que son los jefes espirituales y que representan al clero, lo que haría suponer una autoría inglesa para el manuscrito, como la de Juan de Gales, dado que asocia a los alfiles con jefes religiosos, los que bien podrían entenderse como obispos. Desde tiempos lejanos en Inglaterra el alfil fue visto como un obispo. Los peones o pedinus son la comunidad. El jaque es un lance del diablo, es la tentación. El jaque cubierto es el arrepentimiento. Y el mate es un signo de muerte del que no hay redención.
Los movimientos correspondientes al ajedrez antiguo o de los Arabes, sin referencias a los del juego nuevo. El hombre juega una partida de ajedrez (la vida) con el diablo, por su alma. Si gana se salvará, si pierde se condenará para siempre. Esta idea la retoma Ingmar Bergman en su película el "Séptimo sello", en una escena altamente significativa en la cuál un caballero juega al ajedrez con la muerte. La acción está ambientada en algún punto impreciso de Europa, en 1348, un año clave para la historia demográfica del viejo continente, pues corresponde al brote más fuerte de peste bubónica que jamás haya asolado al hemisferio norte. En una variedad de peste que deja en la piel una coloración atigrada-oscura, de ahí que se la haya denominado peste negra.
En ese ambiente de muerte y de psicosis de muerte creada por la enfermedad, un caballero juega una partida de ajedrez con alguien de aspecto sombrío, mirada perdida ojos profundos y penetrantes, que haría recordar la clásica imagen de las parcas griegas pero de sexo masculino. La muerte desafía al caballero a una partida de ajedrez por su alma, y el caballero acepta. Sentados frente a frente está el tablero, el caballero pregunta.
- ¿Sabes jugar al ajedrez?
La muerte responde con otra pregunta:
- ¿Cómo lo sabes?
Lo he visto en cuadros y escuchado en canciones, responde el caballero.
En efectos son muy familiares los grabados, tanto de la Edad Media como la modernidad, en los que un esqueleto que representa a la muerte, aparece jugando al ajedrez con un caballero.
Luego el diálogo se torna más sustancioso todavía, cuando el caballero interrumpe momentáneamente la partida para comentarle a un circunstancial parroquiano que está jugando al ajedrez con la muerte. La ha sorprendido con una combinación de alfil y caballo que ella no conocía, por lo que no duda que habrá de derrotarla.
Pero luego la muerte avisa mate en dos movimientos, como si se tratase de un final, y el caballero comprende entonces que del destino nadie huye; la peste que asuela el reino acabará por llevárselo también a él.
El ajedrez aparece como uno de los juegos cuya licitud moral está fuera de toda duda. Es un género de juego de honestidad social (genus ludorum socialis honestitatis) en lo que la alta clerecía empieza ver buenas armas para combatir males muy comunes de su tiempo.
La más temprana referencia continental de ajedrez como alegoría o cuadro de la vida humana se halla en algunos manuscritos provenientes de Francia, llevados luego a Inglaterra. En ellos se repite la asociación del tablero del ajedrez con el mundo, las piezas con la comunidad y la gran familia humana con el juego.
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